Pandilleros sin control en Los Angeles

Adolescentes y niños son ahora las víctimas de la violencia de estos grupos en Los Ángeles
Por Jorge Morales Almada
Para el diario La Opinion de Los Angeles, 27 de agosto de 2006
El vibrar de la ametralladora en sus brazos al soltar la ráfaga de disparos lo hizo sentir, seguramente, poderoso. No le importó que las balas del AK-47 llegaran al niño que ese viernes 30 de junio, a las 4:30 de la tarde, jugaba en la acera. Tanto no le importó que se acercó aun más para rematar al menor. 

Satisfecho con la adrenalina que le provocó ese olor a pólvora y sangre, el asesino huyó en un auto junto con sus dos cómplices y se escondió en el laberinto de esta metrópoli de 10 millones de habitantes, donde los delitos suelen olvidarse pronto ante la frecuencia de las tragedias.

El juego incomprensible de los pandilleros había dejado en la acera de la calle 49, en el sur de la ciudad, el cuerpo tendido de David Marcial, un niño de 10 años convertido en estadística, un claro ejemplo del desprecio por la vida de los demás, cuando en las calles de Los Ángeles se ha desatado la violencia incontrolada de las pandillas.

Esa tarde del 30 de junio, el cuadro mortal lo completaron los cadáveres de Luis Cervantes, de 17 años, y de Larry Marcial, de 22. Otro niño, Sergio Marcial, de 12 años, logró sobrevivir a las heridas de bala.
Durante los últimos dos meses, nueve menores de edad han sido asesinados, todos víctimas inocentes de una guerra callejera. El código se rompió.
Hace seis años, Gustavo Mojica se retiró de las pandillas luego de que fuera baleado y perdiera una pierna. “Pero sigo siendo pandillero, nada más que ya no soy activo”, dice este hombre de 32 años que habla de la actual situación que se vive en las calles.

“Son nuevos, son chiquillos que quieren hacerse de nombre; pero lo que hacen son puras pen…, matan a gente inocente”, dice con enfado. “Y eso no se vale, es un código”.
Para Gustavo, ese código entre las pandillas no se está respetando y por eso ha habido un incremento en el número de víctimas inocentes en una añeja lucha de tatuajes, cabezas rapadas y pañuelos rojos.

“No todos somos iguales, son sólo algunos que hacen esas babosadas, que no saben balacear, que lo hacen a la brava, y por eso matan a gente inocente; cuando está el enemigo con gente inocente no se debe balacear nunca, deben de clavarse, esperarse”, dice Gustavo con toda normalidad, como si la guerra de las pandillas fuera algo ya aceptado.
Ana Interiano, de 16 años y estudiante de la preparatoria Hamilton, en el oeste de la ciudad, recibió un balazo mortal en la cara. Salía de la escuela el martes 11 de julio cuando pandilleros a bordo de una camioneta Ford Explorer pasaron por un pasillo de la avenida Cadillac donde se reunía con unos amigos y le dispararon.

En los primeros minutos del 22 de julio un joven, que no fue identificado, fue encontrado tirado y agonizando por las múltiples heridas de bala en el pecho y que teñían de rojo la avenida 40 de Highland Park.
Armond Fitzgerald Martin, de 17 años, también fue ejecutado por desconocidos que le dispararon desde un auto en movimiento el pasado 27 de julio, a eso de las 4:00 de la tarde, en la esquina de las calles Hoover y 68, en el sur de Los Ángeles.

La mañana del domingo 30 de julio, Gary Ortiz, de 16 años, estaba en su auto estacionado en la avenida McLaughlin, en el área de Venice, en compañía de dos amigos, cuando otros dos muchachos en otro vehículo pasaron junto a él y le dispararon en repetidas ocasiones hasta matarlo.
Brian Stansfield, residente de North Hollywood y con 17 años, salía la mañana del 5 de agosto de hacer unas compras en el centro comercial La Fiesta, de Sherman Way, cuando se topó con un joven afroamericano con el que había tenido un altercado momentos antes y empezaron a discutir de nuevo. La discusión terminó cuando la carga de la pistola escuadra 9 milímetros quedó vaciada en el pecho de Stanfield.

La tarde del 20 de agosto, un joven caminaba por la calle cuando se encontró a Robert González, de 17 años, sentado en un auto estacionado sobre el boulevard Culver. “¿De dónde eres?”, preguntó el que caminaba. González no terminaba de responder cuando varios impactos de bala le arrebataron la vida.
El más reciente caso es el de Jackie Rodríguez, joven madre de 17 años que, mientras tendía la ropa lavada frente a su casa, una bala le llegó a la nuca. Jackie, que vivía en medio del famoso “Varrio Nuevo Estrada”, de Boyle Heights, en el Este de Los Ángeles, dejó huérfanos a un bebé de 8 meses y a una niña de 2 años.

Todos estos homicidios no han sido esclarecidos. El Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD) ha pedido la colaboración de la comunidad para obtener pistas. En todos los casos, los detectives han señalado que los ejecutores parecen tener vínculos con pandillas. Éstos son sólo los casos mortales, porque existe un número no determinado de lesionados, muchos de los cuales aún se debaten entre la vida y la muerte.

El colmo del desprecio a la vida al desatarse la violencia incontrolada en Los Ángeles se dio la noche del pasado 15 de julio en Boyle Heights, cuando los niños Jeremy Hernández, de 3 años, y su hermano mayor, James, de 6, jugaban cerca de la esquina de las calles Saint Louis y New Jersey. De acuerdo con el LAPD, un hombre identificado como Mauricio Alejandro Jiménez, alias “Spyder”, miembro de la pandilla “Tiny Boys”, quien había estado emborrachándose, tomó a los dos niños como blanco para afinar su puntería. Los últimos reportes que se obtuvieron es que ambos niños permanecían en un hospital en condición crítica.
Del 30 de junio al 22 de agosto, los pandilleros cobraron la vida de nueve menores de edad. Una joven madre, una estudiante y un niño de 10 años se cuentan entre sus víctimas. Siete de los asesinados son hispanos y dos son afroamericanos.

De enero a julio se registraron 142 asesinatos relacionados con pandillas y hubo más de 400 intentos de homicidio. Cada día, de acuerdo con las estadísticas de la División de Información sobre Pandillas, en la ciudad de Los Ángeles se cometen 20 delitos relacionados con pandillas.

Para activistas comunitarios, la violencia desatada por las pandillas no sólo en contra de víctimas inocentes, es alarmante.
“Tan sólo un caso de niño o adolescente asesinado, ya es demasiado”, dice Earl Ofari Hutchinson, director del grupo comunitario Urban Policy Roundtable. “Los niños están creciendo con ese miedo en las calles y eso debe cambiar”.
Para este activista de la comunidad afroamericana, los adolescentes no sólo son las víctimas, sino que también son quienes están matando gente.

Hutchinson propuso llevar a cabo una cumbre con la participación de los distintos sectores de la comunidad para analizar y combatir de manera adecuada el problema.

El reverendo Khalid Shah, director de la fundación Stop the Violence, Increase the Peace, dijo que lidiar con este problema no es sencillo; sin embargo, criticó que no existan los recursos suficientes del gobierno para combatirlo y la falta de voluntad política.

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